Pero no es eso, no fue eso lo esencial de la noche.
Lo esencial tiene que ver con el llamado himno nacional y con la institución que rige el Estado.
Cuando aparecieron los máximos representantes del Reino de España en el palco de Mestalla y sonó el himno "nacional", una parte sustantiva de la ciudadanía asistente, la vasca especialmente, irrumpió en silbidos y en manifestaciones políticas contrarias a la Monarquía. La TV1, la televisión pública como dicen llamarse, la de todos según publicidad de la casa, no fue de todos ni pública y desconectó, se alejó de lo que estaba sucediendo, e informó sobre la situación en no sé qué hotel de Bilbao o en no sé qué plaza de Barcelona. En el intermedio del partido, según parece, no llegué a verlo, pasaron en diferido, y sin manifestaciones de protestas, el momento de la entrada real y del himno.
Por la mañana, en algunas emisoras (no en la COPE forzosamente), se han referido a lo sucedido, sin criticar la censura de imágenes sino cargando de mala manera y con malos modos contra los "descorteses y gárrulos fanáticos" que se atrevían a silbar el himno de España y a criticar la monarquía desde instancias nacionalistas radicales y anti-sistema (Obsérvese de nuevo el uso de términos, que en absoluto pueden ser considerados negativos, como hirientes piedras arrojadizas).
Pues bien, habrá que decirlo una vez más: desde posiciones que no son nacionalistas ni aspiran a serlo, algunos no podemos dejar de sentir lo mismo que manifestaban los seguidores que asistieron ayer al campo de Mestalla. El denominado himno nacional, el tanta tatanta, el pachunga pachunga, no es ni será nunca para nosotros un símbolo que represente nuestra pertenencia a eso que Salvador Espriu llamaba con término bien hallado Sepharad, su pell de brau. Las gentes de mi generación, los que teníamos en torno a 20 años el año en que murió el general golpista, no podemos ni queremos evitar que cuando suena ese himno suene la melodía que acompañó 40 años de dictadura nacional-católica levantada sobre una guerra nazi-fascista, millares de exiliados, centenares de miles de muertos y desaparecidos y millones de personas ocultadas y perseguidas que vivían en una finca privada que de nuevo era el corral de 500 terratenientes, 1.000 industriales, 100 generales, 200 cardenales y 20.000 señoritos. No lo era entonces, decía, y no lo es ahora. Que sus orígenes no sean estrictamente franquistas sino Reales no es propiamente un argumento sino un item que aumenta nuestra lejanía de esa marcha. El único himno estatal en el que nos reconocemos era y sigue siendo el Himno de Riego, el himno de la II República (Ibidem respecto a enseñas y banderas).
Por lo demás, nada nos aproxima a una institución que, como era de prever, como estaba cantado desde el día de su Restauración, es un escándalo político, financiero, un ámbito de privilegios y servilismo, una arista activa para situar a las gentes rebeldes en un coto cerrado y perseguido y un espacio en el que la ideología del Opus dicta opiniones y creencias.
Algunos aficionados, pues, silbaron el himno monárquico-franquista y criticaron los representantes de la Monarquía borbónica. Muchos otros, sin estar en el campo, entendemos esas manifestaciones ciudadanas y las compartimos, y creemos además inadmisible la censura televisiva a la que fueron sometidas. ¿Ha quedado claro? ¿Me he explicado? ¿Pasa algo?
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