Por rosa maría artal
El Periscopio
Reconforta un poco saber que tanta gente le quería y que unos a otros
nos acompañamos en el dolor. Ha muerto José Antonio Labordeta, "el
abuelo" le llamaron -yo no- desde bien joven. Por su sensatez, su
cachaza y porque salió de las aulas para alentar a muchas más personas
de las que podían sentarse en los pupitres de su escuela.
Desde una gran pena, realmente, hoy sé que mereció la pena vivir aquel
Aragón de finales del franquismo y comienzos de la Transición, lleno
de fuerza y esperanzas, en el que nuestra tierra volvía a ser un país
y había que construir y estrenar tantas cosas en España. Labordeta fue
un poderoso aglutinador de ese tiempo y esa idea. "Polvo, niebla,
viento y sol, y donde hay agua una huerta, al norte los Pirineos, esta
tierra es Aragón". Su primer disco, su primer éxito. En el tiempo de
los cantautores, surgía una voz propia. Para impulsar la lucha por la
libertad, la justicia y tantas cosas perdidas o nunca conocidas,
siempre presentidas y anheladas.
Roque solitario, sólido y cálido, de los Monegros
Fuera de pazguatos localismos, hay señas que imprimen carácter.
Labordeta era un aragonés de manual: noble, luchador, sincero hasta
poder resultar hiriente, tozudo, sin artificios ni recovecos,
comprometido y coherente, realista, universal. Es hora de decir, por
Labordeta, porque a ello dedicó entre otras cosas su vida, algo de lo
que Aragón es, más allá de un desconocido territorio de gentes llanas.
Los nobles aragoneses se dirigían al Rey comenzando: "Nos que somos
tanto como Vos y, juntos, más que Vos…" El reino de Aragón –de Aragón,
sin otros apellidos que le ha ido poniendo la interpretación de la
Historia- fue un precedente de Estado Federal: los territorios
conservaban sus fueros y sus instituciones y se adoptaban acuerdos por
consenso. Aragón siempre quiso retomar sus pasos en cada tiempo de
libertad que se abría. Su escasa población, sin peso político por
ello, aparcaba sus reivindicaciones hasta que no se cumplimentaran las
de las ricas comunidades llamadas históricas.
En fin, no se ha dicho que José Antonio Labordeta fue uno de los
fundadores –junto a Emilio Gastón, diputado en la primera legislatura-
del PSA, Partido Socialista de Aragón (coaligado al PSP de Tierno
Galván), muy pujante hasta que un desconocido PSOE en Aragón se llevó
a la militancia en desbandada. La Chunta aragonesista llegó mucho más
tarde. Los antecedentes la justificaban.
Cantautor, profesor, escritor, político inusual, divulgador incansable
de todo cuanto creía para lograr un mundo mejor. Sí nos creímos que
llegaría un día en el que al levantar la vista veríamos una tierra
llamada libertad. Y llena de la imprescindible justicia que hace
válida la palabra. Lo fuimos coreando esperanzados a través de los
años, hasta desembocar en este remedo que hoy tenemos. En una de sus
últimas entrevistas Labordeta dijo:
"No. Yo creo que hay que levantar la vista con más fuerza, porque la
libertad está cada día más apretada contra la pared".
Dejó el Congreso…
…. "decepcionado, porque uno viene aquí pensando que puede solucionar
mucho, y al final te das cuenta de que puedes hacer poquicas cosas."
Pero hay que hacerlas. El hachazo al conocer su muerte ha sido doble
porque he hablado con él esta misma semana, y a pesar de las noticias
alarmantes que se anticipaban, sonaba lúcido y resignado. La vida se
le había reducido, había perdido a borbotones calidad, hay un tiempo
en el que todo se acaba y es mejor que se acabe. Destacó el calor de
su familia que le rodeaba entera de la mañana a la noche. De los
múltiples amigos que con razón atesoró. Ha tenido una buena muerte.
José Antonio Labordeta, ¿un señor con las banderas rotas?
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Nunca dejó de reivindicar a su hermano Miguel, el poeta, muerto
prematuramente. En uno de sus discos leyó su poema favorito. El mío
también. El que refleja un tiempo y un sentimiento
Retrospectiva Existente de Miguel Labordeta
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie, nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
Pero José Antonio sí supo quién era. Y lo supimos todos. Y fue un
privilegio conocerle, y estrenar y atravesar un largo periodo
histórico con él. A pesar de las durísimas difultades que hubo que
afrontar, infinitamente mejor, más positivo, que el desesperanzador en
el que vivimos ahora. José Antonio "hizo lo posible por empujar la
Historia hacia la libertad". De pocas personas se puede decir que su
paso por la vida no ha sido "de balde", lo escribo en giro aragonés. Y
para que eso sea rotundamente cierto, hay que sentarse otra vez
-juntos más que cualquier poder- a coser las banderas rotas. Labordeta
las ha dejado ahí para eso
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